San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

26 febrero 2007

Eugenio Reffo y la imitación de San José


En la escuela de un singular maestro

Volver a copiar el ejemplo de San José fue el cuidado constante de Eugenio Reffo. El Siervo de Dios afirma de modo cotidiano que es preciso frecuentar “su escuela” y escuchar sus lecciones, en él se encuentra una guía singular para entrar en el misterio de Cristo y de la Iglesia, para convertirse y cambiar de vida. Es un padre, dice el Siervo de Dios, a quien debemos asemejarnos, como hijos suyos.

Con palabras persuasivas Eugenio llama a reflexionar: “¿Se asemeja nuestra casa a aquella de Nazaret? ¿No? No nos desalentemos. Estamos aquí para esto; como el estudiante cuando va a la escuela no sabe, pero aprende con el tiempo; así nosotros: vamos a la escuela de San José . Pidámosle la gracia de entrar allá adentro; tomemos puesto entre los ángeles y escuchemos sus lecciones; serán lecciones de oración, de fe, de piedad, de trabajo, de buena educación, de penitencia y de paciencia”.

En la escuela de San José se aprende sobre todo el amor del que es sustancia la casa de Nazaret y que envuelve la relación de sus tres personajes.

San José sobresale principalmente como modelo de amor a Jesús. Su imagen es el ícono que lleva y protege a Jesús, primero niño, tomándolo entres sus brazos y después, más grande, conduciéndolo de la mano. ¿No es representado así miles de veces en pinturas y esculturas?

Ponerse a escucharlo es encontrar la guía perfecta que conduce al Señor. Después de María ninguno más que José lleva justamente a Cristo. “Él fue la copia fiel de divino niño; la misma humildad, mansedumbre, paciencia, caridad. De los otros hijos se dice que son semejantes al padre; de José debe decirse que fue semejante a su Hijo”. Reffo oportunamente subraya a menudo que la mansedumbre y la humildad, en que se caracteriza el corazón de Jesús, se vuelven los mismos rasgos distintivos del corazón de José.

Andando a la escuela de San José se aprende el amor a María: “Él la amó más que ningún otro, y por esto la sirvió tan fielmente, y ahora desea propagar la devoción en todos los corazones.

Además de esto se dirige la devoción a San José, a crecer, es decir, en la devoción a María”. Es un servicio fiel y pleno de ternura aquel que el Esposo de María dirige a su Esposa. Por otro lado en María se reflejan las virtudes del esposo y en José aquellas de la esposa. Cada uno de los dos refleja al otro y reconduce su imagen. Ninguno es sin embargo fin en sí mismo y los dos Santos esposos no hacen otra cosa que llevar a Jesús, saben bien que aquel es su tesoro y el don más grande que pueden hacer a sus devotos.

En la escuela de San José se aprende a amar la vida escondida. Este es un aspecto, que Reffo ama poner de relieve y que siente profundamente constante en sus opciones. El hecho mismo que el Evangelio no reporta siquiera una palabra suya, lo ha hecho ver tradicionalmente como el “santo del silencio”. Es cuanto subraya Eugenio: “La gruta de Belén, Egipto, Nazaret, esconden a los ojos de los hombres a San José silencioso y su recogimiento. San José te manifieste las delicias secretas del morir al mundo para vivir oculto con Cristo en Dios”. Vuelve el estilo del “hacer y callar”, del obrar en silencio sin ponerse a la vista y buscar el éxito. Un estilo contra corriente, verdaderamente opuesto a la corriente de la civilización de la imagen, de un mundo ansioso de aparecer e impresionar, donde aquello que cuenta es justamente el hacerse ver y aplaudir. Las lecciones de San José son tales que lo manifiestan como imagen de la vida de fe, más bien como “padre en la fe”. Verdadero y propio modelo del creyente en cuanto Dios mismo se le ha revelado, ha vivido en la fe cotidiana creyendo también contra toda apariencia, cuando a los ojos humanos no se veía más que un niño cualquiera, una persecución de la cual huir, nada de extraordinario en la vida de Nazaret. Su itinerario ha sido una “peregrinatio”, un camino en la fe, con sus dificultades y con sus momentos oscuros, a los que no se ha desentendido sino que ha sabido vivir con amor. Ocurre meditar su caso: “El aniquilamiento se presentaba entonces a la fe de José bajo el aspecto más arduo e increíble; no sólo nada en Jesús se veía de divino, sino todo en él conspiraba a contrastarle toda apariencia del Hijo de Dios: la oscuridad del nacimiento, el descuido de los hombres, la necesidad de la huida, la vida ganada con el sudor de la frente”.

En la escuela de San José se aprende la pureza. No podía ser escogido como esposo de la virgen quien no hubiera comprendido y escogido con íntima convicción el camino de la virginidad. Reffo tiende a sostener, con gran parte de la tradición, que fue una decisión querida y compartida desde el principio por los dos esposos. Por otra parte debe haber sido un preciso propósito divino confiar la Virgen a un virgen. De aquella convivencia de purísimo amor cada uno puede aprender a amar al otro(a) en el respeto de la castidad, según el propio estado de vida, como célibes y núbiles, casados o/y consagrados. San José da lecciones de obediencia. Después de María es él el discípulo más perfecto de Jesús. Reffo considera que antes de Jerusalén es en Nazaret que se encuentra el modelo de Obediencia: “Antes de hacerse espectáculo de obediencia sobre el Calvario, dio lecciones incomparables de ésta en el secreto de Nazaret, ya que más que ningún otro se entendieron y se admiraron por María y por José”.

De las palabras del Evangelio se constata la simplicidad, la humildad y la prontitud de José que se hace obediente a toda intervención de Dios. Desde el tomar como esposa a María, el huir a Egipto, el volver a Israel, se queda impresionando por la acción de nuestro santo que hace exactamente cuanto le es pedido. La Redemptoris Custos afirma incisivamente: “Aquello que hizo es purísima obediencia de la fe”.

San José es maestro de pobreza. Don Reffo observa que es pobre por vocación y por elección propia, no por desventura o ineluctable necesidad. Como Cristo que siendo rico se ha hecho pobre, escoge no ir detrás de los bienes materiales y se contenta con lo necesario. Prueba todas las incomodidades de la condición en la que vive: “en la gruta de Belén donde está la miseria, la casa de Nazaret es despojo, la habitación en Egipto es provisoria e incomoda”. Comparte con los pobres la restricciones y las privaciones, a menudo el hambre y la sed, la incertidumbre del mañana y la fatiga cotidiana para el sostenimiento del hijo y de la esposa. Vale también para él el deber de “ganarse el pan con el sudor de su frente”. En la escuela de San José se aprende a llevar la cruz. Sobre este aspecto está la tradición de la piedad popular considerar sus “siete dolores”, y es cuanto hace también el Reffo. En particular la pérdida de Jesús a los doce años en Jerusalén representa el momento crucial de la cruz por él sufrida, un verdadero y propio anticipo de aquellos tres días que más tarde separarán la muerte de Cristo de su resurrección. Cautamente don Reffo lleva a meditar: “Para entender algo de la pena sufrida por San José, es necesario recurrir con el pensamiento a la pena sufrida por Jesús mismo sobre la cruz, por el abandono de su Padre Eterno, cuando exclamo: ‘Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?’” En el corazón de José es como si advirtiera un presentimiento de aquel desgarrador abandono. La búsqueda incesante del hijo hasta el encuentro premia su sufrimiento.

P. Angelo Catapano csj

Tomado de: Vita Giuseppina (Vida Josefina), Año CXII, febrero 2007, pp. 30-31.

Traducción del Italiano: Cenjosch


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