San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

25 diciembre 2005

La paz de Dios y los que Él ama.


Con el término paz, hemos llegado a la tercera palabra-guía de la liturgia de esta Noche Santa. El Niño que Isaías anuncia es llamado por él “Príncipe de la paz”. De su reino se dice: “La paz no tendrá fin”. A los pastores se anuncia el Evangelio la “gloria de Dios en lo más alto de los cielos” y la “paz en la tierra...”. Una vez se leía: “... a los hombre de buena voluntad”; en la nueva traducción se dice: “... a los hombres que él ama”. ¿Qué significa este cambio? ¿No cuenta más la buena voluntad? Hagamos de otra forma la pregunta: ¿Cuáles son los hombres que Dios ama, y por qué los ama? ¿Dios tal vez es parcial? Ama, quizás, solo algunos y abandona a los otros a sí mismos? El Evangelio responde a estas preguntas mostrándonos a algunas personas precisas amadas por Dios. Hay personas determinadas –María, José, Isabel, Zacarías, Simeón y Ana, etc. Pero hay otros dos grupos de personas: los pastores y los sabios de oriente, conocidos como los reyes magos. Detengámonos en esta noche sobre los pastores. ¿Qué clase de hombres son? En su ambiente los pastores eran despreciados; eran considerados poco confiables y, en el tribunal, no eran admitidos como testigos. Pero ¿quiénes eran en realidad? Ciertamente no eran grandes santos, si con este término se entienden personas de virtudes heroicas. Eran almas simples. El Evangelio destaca la característica que después, en las palabras de Jesús, tendrá un rol importante: eran personas vigilantes. Esto vale desde el principio en el sentido exterior: de noche velan, junto a sus ovejas. Pero vale, también, en un sentido más profundo: eran disponibles a la Palabra de Dios. Su vida no estaba encerrada en sí misma; su corazón era abierto. In algún modo, en el más profundo, estaban a la espera de Él. Su vigilancia era disponibilidad –disponibilidad a la escucha, disponibilidad a encaminarse; era espera de la luz que les indicara su propio camino. Esto es lo que le interesa a Dios. Él ama a todos porque todos son sus criaturas. Pero algunas personas han cerrado su alma; su amor no encuentra en ellos acceso alguno. Ellos creen no tener necesidad de Dios; no lo quieren. Otros que tal vez moralmente son igualmente miserables y pecadores, al menos sufren por esto. Ellos esperan a Dios. Saben que tienen necesidad de su bondad, aunque si no tienen una idea precisa. En su alma abierta a la espera la luz de Dios puede entrar, y con ella su paz. Dios busca personas que lleven y comuniquen su paz. Pidámosle de hacer, sí, que no encuentre cerrado nuestro corazón. Hagamos de manera de estar siempre en grado de convertirnos en portadores activos de su paz, justo en nuestro tiempo.

Benedicto XVI

25 de diciembre de 2005

Extracto de la homilía traducida de:
http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/17717.php?index=17717&lang=it

Traducción: cenjosch


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