San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

28 diciembre 2005

Los desarraigados



"Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto...". Tal fue, según el evangelio de San Mateo, la orden que José recibió del ángel para salvar a Jesús de los designios infanticidas del rey Herodes. Y en cumplimiento de aquella instrucción la sagrada familia salió de Israel en medio de la noche, camino del extranjero.

Jesús, José y María hicieron parte de los desarraigados de su época. El terror y la violencia los forzaron a dejar su país natal y a emprender la búsqueda de una tierra de asilo. Los tres se vieron obligados a vivir, hasta la muerte de Herodes, entre gentes que hablaban otro idioma y rendían culto a divinidades gentílicas.

Un desarraigado es el miembro de la familia humana sujeto a la separación del lugar donde se crió, y el rompimiento brutal de los vínculos afectivos que tiene con aquél. Todo el que sufre desarraigo queda expuesto a la ruptura de su tejido social, a la destrucción de sus proyectos de vida, a la insatisfacción de sus necesidades primarias, a la pérdida de su identidad, al aislamiento y al desamparo.

Como Jesús, José, y María, millones de familias de nuestra época han tenido que abandonar su casa de habitación y su sitio de trabajo para huir, en calidad de refugiadas o desplazadas, de atroces hechos provocados por las guerras, los atropellos sistemáticos de los derechos humanos y otras situaciones con las cuales se pone en peligro su vida, su seguridad o su libertad.

Al concluir el siglo XX había en el mundo catorce millones de refugiados y una incontable muchedumbre de desplazados. En lo que se refiere a Colombia, se calcula que en los primeros nueve meses de este año 252.801 hombres, mujeres y niños han sido víctimas del desplazamiento forzado. En los últimos cuatro años el número de personas desplazadas dentro del territorio nacional llegó a fijarse en 950.000. La mayor parte de ellas emprendieron el éxodo para sustraerse a la criminal acometida de paramilitares o guerrilleros.

Según los resultados de un estudio de la Conferencia Episcopal, la primera causa del desplazamiento en Colombia es la violencia política generada por el conflicto armado, contienda en la cual se producen abundantes y reiteradas violaciones de los derechos humanos e infracciones del derecho internacional humanitario. Los desplazados son testimonios vivientes de los niveles de crueldad y de abyección en que han caído quienes hacen la guerra en nuestros campos.

El desplazamiento forzado es un crimen que lesiona varios derechos fundamentales del ser humano. Entre éstos cabe mencionar el derecho a la libertad de residencia, el derecho a la libertad de circulación, el derecho al libre desarrollo de la personalidad, el derecho al trabajo y el derecho a la vivienda digna. También debe recordarse que una cifra considerable de desplazados padece durísimas condiciones de marginación y discriminación.

Frente al drama de los migrantes forzosos pueden darse dos actitudes reprochables. La primera es mirarlos con indiferencia, un estado de ánimo que constituye "la peor de las crueldades". La segunda, ofrecerles como ayuda de caridad lo que realmente se les debe por justicia. Esas actitudes son incompatibles con el respeto a la dignidad de la persona y con el cumplimiento de los deberes sociales del cristiano.

"Fui forastero y me hospedasteis", dirá el Señor, en el día del gran juicio, a los herederos de su reino. Solidarizarse con las personas desarraigadas es una exigencia para todo el que quiera, conforme a la enseñanza de Paulo VI, "ayudar a los necesitados, agrandando progresivamente el círculo de sus prójimos".
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Mario Madrid-Malo Garizábal

Tomado de:


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