San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

11 enero 2006

La Epifanía de Cristo a los humildes


Hace tres días celebrábamos la solemnidad de la Epifanía. En ella recordamos que Jesús se manifiesta a los magos venidos de oriente. Sin embargo, la primera manifestación de Dios, que quiere habitar en medio de su pueblo, se da a dos esposos de un pueblo desconocido: A María que estaba desposada con un hombre de la casa de David llamado José.

Siempre que nos encontramos de frente a la manifestación de Dios, en la carne, nos situamos de frente a un hecho maravilloso: El Hijo de Dios ha querido llamar madre, a una muchacha sencilla, pero dispuesta a su plan de amor. Si bien José era de la familia de David, una familia real, estaba lejos, muy lejos, de vivir entre las riquezas, los palacios y el poder. Él era un trabajador modesto de la Galilea. Nada en especial. Sólo un trabajador.

Y fue en el corazón de este matrimonio, que se había manifestado un sí de amor mutuo ante Dios, donde se realiza el evento de la Encarnación. Dios se manifiesta, por la voz del ángel a María y ella responde: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). No vive aún con su esposo José y acepta ser madre del Verbo. Sin embargo este ser madre, por ser don divino, se extenderá a ser padre, hacia José, por el mismo regalo del cielo: “José hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús” (Mt 1, 20-21). Esta epifanía si bien es desconcertante para ambos esposos, no es una luz que ciega, que derriba, que acorrala: es más bien la revelación del plan salvífico del Abbá del cielo que pide a estos jóvenes de Nazaret colaborar al mismo designio del Padre de Israel. Y en ese clima de humildad, efectiva y de corazón, se da la disposición a recibir el regalo de Dios manifestado en un pequeño. Un pequeño que ambos esposos deben hacer crecer, deben amar y deben cuidar como padre y madre.

La luz que brilló desde la eternidad... quiso perder su brillo, oculta, en un pueblo despreciado. No obstante, decidió conservar su intensidad y luminosidad a los ojos de los humildes. Y desde entonces, sólo a los que se saben pequeños y dispuestos a colaborar en su plan de amor, Dios les repite el milagro de su manifestación en la persona de los pequeños.


P. Óscar m. j.


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