San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

20 abril 2006

Homilía del Obispo de Ávila en el día de San José

Homilía en la fiesta de San José

20 de marzo de 2006. Convento de San José (Las Madres)

Saludo muy cordialmente al Seminario de Ávila con su Rector y formadores, a las Madres de S. José con su Superiora; a los sacerdotes concelebrantes, miembros de Vida Consagrada y fieles que habéis venido a celebrar la festividad de S. José como todos los años en esta Capilla de la primera reforma de la Santa. Lo hago con gran gozo y alegría; la gracia y la paz que nos regala el Señor, que regaló abundantísimamente a su elegido S. José, y que yo también os deseo a todos vosotros.

Me impresiona, nos impresiona a todos, estoy seguro, el silencio de S. José. Un silencio profundo, constante, pero altamente elocuente. S. José no dijo nada cuando el Ángel le anunció el misterio de María: que concebiría al Salvador por obra del Espíritu Santo, después de haber decidido repudiarla. San José calló mientras buscaban angustiados un lugar para albergarse, donde María pudiera dar a luz. S. José guardó silencio, mientras contemplaba el misterio de Cristo y de María, cuando los pastores les encontraron, avisados por los ángeles del nacimiento del Mesías. S. José calló mientras escuchaba estremecido el anuncio del ángel que le anunciaba la persecución al Niño por parte de Herodes. También calló cuando, asustado con María, se pusieron a buscar a Jesús entre sus conocidos y parientes hasta encontrarlo, admirados, discutiendo con los doctores en el Templo. Finalmente, S. José callaba mientras veía crecer al Niño en edad, sabiduría y gracia de Dios; y adquiría los conocimientos necesarios para un buen artesano.

El silencio de José fue siempre profundo, contemplativo, obediente. El Papa decía ayer en su homilía que S. José realizó siempre con fidelidad, simplicidad y modestia el papel que la Providencia le asignó.

S. José, en efecto, cumplió siempre, calladamente, la voluntad de Dios. Con presteza recibió a María en su casa, en contra de sus previsiones; buscó angustiado el hospedaje para el parto, instalándose en un pesebre; emprendió un viaje a Egipto con su sagrada familia como fugitivo; buscó angustiado al que llamaban “su hijo” entre las caravanas que conducían a Jerusalén; colaboró con María en la educación del Niño en Nazaret.

José oye la voz del Señor y le obedece en silencio, sin preguntar. Tal vez podría haber dudado, objetado, sospechado, preguntado, pedido aclaraciones, murmurado… José sencillamente, modestamente, fielmente oye, acoge, obedece y actúa. Actúa eficazmente, con perfección.

José es un hombre de fe. Más que Abel, más que Henoc, más que Noé, más que Abrahán y Sara, José es el primero de los creyentes. Es llamado por Dios para ser padre “padre encargado” del Señor y esposo de la Reina del universo y Señora de los Ángeles –como la llama S. Bernardino de Siena-; para ser protector y custodio fiel de los tesoros de Dios, es decir, de su Hijo y de su Esposa. Ante esta llamada de la Providencia, José acoge la Palabra de Dios comunicada por medio de ángeles, con docilidad y obediencia. Con prontitud, actúa fielmente, amorosamente, con gran sabiduría y eficacia.

Estamos celebrando en este año el 50 aniversario de la inauguración del nuevo seminario, que sustituyó al de S. Millán, vecino a este convento de las Madres. Lo hemos vivido con enorme gratitud al Señor por tantos dones que en este medio siglo nos ha concedido a la Iglesia de Ávila por su medio. Lo recordamos con emoción ahora que D. Baldomero está enfermo en una residencia no lejana. Hemos dado gracias a Dios por las decenas de presbíteros de él nacieron para bien de la Diócesis de Ávila; hemos agradecido a Dios la Vida de Dios que las parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos recibieron por manos de los sacerdotes formados en el seminario.

También hemos vivido este cincuentenario con humildad. Nuestro seminario tiene en estos momentos 3 seminaristas en el teologado y un seminarista en Toledo, un seminarista en el seminario menor y quizás algún aspirante. Tenemos un plan de pastoral vocacional y un Delegado que trata de llevarlo a efecto coordinando las actividades de todos. Sobre todo, tenemos una inmensa fe y confianza en el Señor: sabemos y reconocemos que la eficacia de nuestro apostolado, e incluso el ejercicio de todo nuestro ministerio, no es obra de la sabiduría humana sino de la gracia de Dios (2 Cor 1,12-14). Porque somos conscientes de nuestra pequeñez y de nuestra debilidad, también lo hemos vivido abrazados a la cruz de Cristo: no acertamos a entender por qué es tan escasa nuestra cosecha, por qué tan exigua nuestra pesca. Hemos pasado la noche remando y no hemos pescado nada, no tenemos pesca. A pesar de nuestros esfuerzos, a pesar de la oración acendrada de las Madres y de tantas y tantos cristianos creyentes, seguimos sin pescado. ¿Qué haremos, Señor? Tú eres el único que tienes palabras de Vida Eterna.

El Año 51 del nuevo seminario ha de ser un renovado plan vocacional para nuestra Diócesis. Hemos de escuchar la voz del Señor y echar la red allí donde Jesús nos diga. Un plan de pastoral vocacional se ha de basar en un aumento de nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. La vida de Gracia, las vocaciones al Sacerdocio y a la vida consagrada, a los diversos ministerios en la Iglesia , las da Dios, son de Él no nuestros. Es el punto de partida. Éste es un asunto de Dios, no es una tarea que podamos alcanzar con el esfuerzo de nuestra sabiduría. Y nos falta fe en Dios y confianza en Él. Nos falta a los sacerdotes, a los fieles, a las familias, a los creyentes, le falta al Obispo. La calidad de nuestra fe, dadas las circunstancias hostiles en que vivimos, es deficiente; en nuestra Diócesis tenemos deficiencias de fe y confianza en la capacidad de Dios para convertir piedras en panes o mover montañas. Nuestra oración esta tarde es: creo, Señor, pero aumenta mi fe.

Toda la Pastoral que realizamos en nuestra Diócesis, en cada una de nuestras parroquias ha de ser una pastoral vocacional. Toda la vida del cristiano se sitúa en el diálogo entre Dios que llama y el creyente que le responde. Desde el Bautismo hasta el último adiós. Los niños, cuando las madres les enseñan a orar, cuando se preparan para la primera confesión y comunión, los jóvenes en tiempo de preparación a la confirmación, las familias, todos los creyentes vivimos en esta dialéctica vocacional: Dios me llama ¿Cómo respondo yo?

Toda la iniciación cristiana ha de estar dominada por la pastoral vocacional. Las familias cristianas han de considerarse como un primer seminario, donde Dios llama a cada uno según las cualidades que le ha otorgado. No podemos permitir que se valore la vocación a la vida consagrada como si fuera un desatino, algo que está fuera de lugar en el mundo de hoy. A los jóvenes, que ahora se ejercitan cada fin de semana con el botellón, hemos de invitarles a encuentros de amistad, de oración, de actividades sociocaritativas, a vigilias de oración, marchas, peregrinaciones. Deben encontrar en la Iglesia una verdadera alternativa a los intereses que les ofrece la sociedad o simplemente su propio instinto. Antes que nadie, a los jóvenes de nuestros colegios, institutos, a nuestros universitarios.

Hemos de acompañar también a los adultos en grupos y personalmente, en la lucha diaria y tenaz que hemos de librar para sostener nuestra fe. También nacen vocaciones adultas y ahora cada día más. Toda la comunidad cristiana, para toda la Diócesis , para cada parroquia, movimiento o asociación, ha de vivir su vida cristiana como vocación. Como San José. Nacidos del costado de Cristo, elegidos por Dios, para una misión particular. Cada vocación es distinta. El Señor nos envía a una misión particular. Los sacerdotes, los catequistas, las madres, hemos de saber que Dios llama a cada hijo suyo para una determinada vocación y para esa vocación le concede sus carismas. Algunas personas como S. José son llamados para “oficios singulares” o “estados preferentes” para los que el Señor da su gracia, en definitiva, su amor.

La falta de vocaciones no cuestiona la gracia de Dios ni su poder; cuestiona nuestra calidad de fe y obediencia a la palabra de Dios, como lo hizo S. José; cuestiona nuestro hacer que no es callado y eficaz, sumiso, que no es “fiel, simple y modesto” como decía el Papa ayer.

Queridos hermanos sacerdotes, queridas Madres, queridos fieles, hoy ofrecemos al Señor, por medio de S. José, nuestro proyecto vocacional; es decir, toda nuestra Diócesis, que es llamada por Dios y que desea responder con las virtudes de S. José: con fe y confianza, con humildad, con gran esfuerzo y constancia. Es su obra, es su voluntad y su deseo. Nosotros la acogemos y queremos convertirnos en sus instrumentos, sus colaboradores. A eso precisamente nos llama.
Nos ayudará María, la Esposa solícita que apoyó a José y con él compartió el gran proyecto vocacional universal del Padre en la persona de su Hijo. Así sea.

Mons. Jesús García Burillo
Obispo de Ávila


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