San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

06 mayo 2006

Reflexión del Padre José María Salaverri, ex superior general de los marianistas.

San José, esposo de María

Descubrir a san José.

San José no es alguien que se impone a primera vista. A san José hay que descubrirlo. Y sólo se le descubre poco a poco. Juan Bautista, Pedro, Pablo son personajes evangélicos que, de algún modo, se nos “imponen”. Parecen tener un papel claro en el plan de Dios. El bueno de san José se nos queda, a primera vista, en una cierta penumbra, tal vez deslumbrados por la inmensa claridad que irradia María.

Incluso a través de la historia de la Iglesia su figura y su papel han tardado en ser descubiertos y valorados. Envuelto en cierta desconfianza, la leyenda apócrifa lo ha hecho viejo, viudo, padre de hijos de un primer matrimonio… como si el hecho de ser joven pudiera menoscabar la virginidad de su esposa. El padre Voillame, el fundador de los Hermanitos de Foucauld, escribía en cierta ocasión: “José, he aquí un hombre que amó a la Santísima Virgen con un amor intenso, con una castidad muy pura; y Dios le otorgó la gracia de hacerlo capaz de la confianza que depositaría en él, confiándole a la Virgen y Madre de Dios. Es un gran misterio que pocos hombres están dispuestos a creer: que haya habido tan gran intimidad entre los dos durante años, conviviendo juntos en la vida familiar cotidiana, y todo en la más absoluta castidad”.

Con la mirada de María

Hay que descubrir a san José desde María. Para María, José es la sencillez misma. Entra en la lógica de Dios, cuyos pensamientos no son nuestros retorcidos pensamientos. Es precisamente esa misma sencillez, esa naturalidad, la que puede causar problema a la gente de nuestro tiempo: casado y a la vez virgen; padre adoptivo del Hijo de Dios y de su esposa; obrero carpintero y al servicio de un Dios Todopoderoso; obediente a sus sueños… Pero si le mira con los ojos de María, todo cambia.

José es, por definición del Evangelio, el ‘hombre justo’, el hombre fiel. Fue el primer conquistado por María a la virginidad consagrada al Señor. Por eso en la anunciación, José está muy presente en el pensamiento de María. Ella se da cuenta de que, en esta aventura en la que Dios la mete, va a tener que contar a fondo con el esposo que el Señor le da. Pero ¿cómo explicarle todo esto? Lo pone ella en manos de Dios y después de unos sufrimientos duros, en sueños, un ángel del Señor revela a José el misterio de su mujer.

Juan Pablo II nos ha dado una de las más bellas páginas que se han escrito sobre san José. Una carta apostólica preciosa – Redemptoris custos -, breve pero llena de intuiciones geniales. “José de Nazaret ha participado en este misterio (de la encarnación) más que nadie; aparte, claro está, de María, la Madre del Verbo Encarnado”. “Lo que hizo José le unió de una manera muy especial a la fe de María: aceptó, como venido de Dios, lo que ella había aceptado en la Anunciación”.Y añade que José fue el “testigo ocular” del nacimiento virginal de Jesús. ¡Qué formidable regalo! ¡Qué confirmación de la verdad de aquellos sueños obedecidos! Estoy seguro que aquel día José, abrazando a su esposa, lloró de gozo y de agradecimiento: “¡Gracias, María, por el formidable regalo de mi vocación virginal!”

El hombre de lo ordinario.

Cuando se entra en la lógica de Dios, y en la mirada de María, el alma de José resulta transparente: en lo ordinario y en lo extraordinario. Hombre de lo extraordinario, José creyó – y con qué fe, sencilla y profunda a la vez – en sus ‘sueños’. Algo no tan evidente. Sufrió al tener que llevar a su esposa a un establo de animales para dar a luz. Pero allí gozó con el parto virginal.

Pero José es sobre todo el hombre de lo ordinario, de la vida monótona en que, al parecer, no pasa nada. Monotonía del trabajo bien hecho. Monotonía de ir educando a ese hijo misterioso, tan parecido a los demás. Monotonía de iniciar a Jesús en el oficio de trabajador de la madera. Monotonía de los gestos de cada día. Monotonía que nunca es rutina porque nace del amor. Monotonía abierta a la admiración al ver vivir, evolucionar, “crecer en sabiduría, edad y gracia”, no sólo a su Jesús, sino también a su María. Y si, como es verdad, el amor se alimenta de la admiración, y la admiración lleva a la entrega, se comprende que la liturgia de hoy nos haga pedir, en la oración sobre las ofrendas, “que podamos servirte con un corazón puro como el de san José, que se entregó por entero a servir a tu Hijo, nacido de la Virgen María”.

José María Salaverri

Tomado de: http://novabella.marianistas.org/san-jose-obrero/


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