San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

03 enero 2007

Para acoger a Jesús nos sirve de ejemplo la sabia prudencia de José


Misterio de la Navidad

Audiencia General en el Aula Pablo VI. Miércoles 3 de enero de 2007

Queridos hermanos y hermanas,

Gracias por su afecto. ¡Les deseo un buen año a todos ustedes! Esta primera Audiencia general del nuevo año se desarrolla ahora en el clima navideño, en una atmósfera que nos invita a la alegría por el nacimiento del Redentor. Llegando al mundo, Jesús esparció con abundancia entre los hombres dones de bondad, de misericordia y de amor. Casi interpretando los sentimientos de los hombres de todo tiempo, el apóstol Juan observa: “Cuan grande amor nos ha dado el Padre para ser llamados hijos de Dios”.(I Juan 3, 1). Quien se detiene a meditar delante del Hijo de Dios que yace indefenso en el pesebre no puede sentirse sorprendido de este evento humanamente increíble; no puede no compartir la sorpresa y el humilde abandono de la Virgen María, que Dios ha escogido como Madre del Redentor justamente por su humildad. En el Niño de Belén todo hombre descubre ser gratuitamente amado por Dios; en la luz de la Navidad se manifiesta a cada uno de nosotros la infinita bondad de Dios. En Jesús el Padre celeste ha inaugurado una nueva relación con nosotros; nos ha hecho “hijos en el mismo Hijo”. Es justamente sobre esta realidad que, durante estos días, san Juan nos invita a meditar con la riqueza y la profundidad de su palabra, de la cual hemos escuchado un pasaje.

El apóstol predilecto del Señor subraya que hijos, nosotros, “lo somos realmente” (1 Juan 3, 1): no somos sólo criaturas, sino somos hijos; de este modo Dios está cercano a nosotros; de este modo nos atrae hacia sí en el momento de la encarnación, en su hacerse uno de nosotros. Por tanto pertenecemos verdaderamente a la familia que tiene a Dios como Padre, porque Jesús, el Hijo Unigénito, ha venido a poner su tienda en medio de nosotros, la tienda de su carne para reunir a todas las gentes en una sola familia, familia de Dios, perteneciente realmente al ser Divino, unidas en un solo pueblo, una sola familia. Ha venido para revelarnos el verdadero rostro del Padre. Y si ahora usamos la palabra Dios no se trata más de una realidad conocida solamente de lejos. Nosotros conocemos el rostro de Dios: es aquel del Hijo, venido para hacer más cercana a nosotros, a la tierra, las realidades celestes. San Juan destaca: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó” (1 Juan 4, 10). En Navidad resuena en el mundo entero el anuncio sencillo y sobrecogedor: “Dios nos ama”. “Nosotros amamos – dice San Juan – porque Él nos amó primero” (1 Juan 4, 19). Este misterio está ahora confiado a nuestras manos porque, experimentando el amor divino, vivimos inclinados hacia las realidades del cielo, buscando sobretodo el Reino y su justicia, ciertos que el resto, todo el resto nos será dado como añadidura (Cfr. Mateo 6, 33). A crecer en esta certeza nos ayuda el clima espiritual del tiempo navideño.

La alegría de la Navidad no nos hace, sin embargo, olvidar el misterio del mal (mysterium iniquitatis), el poder de las tinieblas que intenta oscurecer el esplendor de la luz divina: y, por desgracia, experimentamos cada día este poder de las tinieblas. En el prólogo de su Evangelio, muchas veces proclamado en estos días, el evangelista Juan escribe: “La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (Juan 1, 5). Es el drama del rechazo de Cristo, que como en el pasado, se manifiesta y se expresa, desafortunadamente, también hoy en tantos modos diversos. Quizás hasta más solapadas y peligrosas son las formas de rechazo de Dios en la época actual: del neto rechazo a la indiferencia, del ateismo científico a la presentación de un Jesús así llamado moderno o postmoderno. Un Jesús hombre, reducido en modo diverso a un simple hombre de su tiempo, privado de su divinidad; o bien a un Jesús de tal modo idealizado que parece a veces el personaje de una fábula.

Pero el verdadero Jesús de la historia, es verdadero Dios y verdadero Hombre y no se cansa de proponer su Evangelio a todos, sabiendo que es “signo de contradicción para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones”, como profetizó el viejo Simeón (cfr. Lucas 2, 32-33). En realidad, sólo el Niño que yace en el pesebre posee el verdadero secreto de la vida. Por esto pide acogerlo, hacerle un lugar en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades. Resuenan en la mente y en el corazón las palabras del Evangelio de Juan: “A cuantos lo han acogido, les dio el poder de ser hijos de Dios” (Juan 1, 12). Busquemos estar entre aquellos que lo acogen . Delante de Él no se puede permanecer indiferentes. También nosotros, queridos amigos, debemos continuamente tomar posición. ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Con cual actitud lo acogemos? Nos sirve de ayuda la simplicidad de los pastores y la búsqueda de los Magos que, a través de la estrella, escrutan los signos de Dios; nos sirve de ejemplo la docilidad de María y la sabia prudencia de José. Los más de dos mil años de historia cristiana están llenos de ejemplos de hombres y mujeres, de jóvenes y adultos, de niños y ancianos que han abierto los brazos al Emmanuel convirtiéndose con su vida en faros de luz y de esperanza. El amor que Jesús, naciendo en Belén, ha llevado al mundo, une a sí a cuantos lo acogen en una relación duradera de amistad y de fraternidad. Afirma San Juan de la Cruz: “Dios dándonos todo, es decir a su Hijo, ha dicho todo en Él. Fija los ojos sólo sobre Él… y allí encontrarás también más de cuanto pides y deseas ”. (Subida al Monte Carmelo, Libro I, Ep. 22, 4-5).

Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo año reavivemos en nosotros el compromiso de abrir a Cristo la mente y el corazón, manifestándole sinceramente la voluntad de vivir como verdaderos amigos suyos. Nos convertiremos así en sus colaboradores de su proyecto de salvación y testigos de aquella alegría que Él nos da para que la difundamos en abundancia alrededor de nosotros. Nos ayude María a abrir el corazón al Emmanuel, que asumió nuestra pobre y frágil carne para compartir junto a nosotros el fatigoso camino de la vida terrena. En compañía de Jesús, sin embargo este camino fatigoso se convierte en un camino de alegría. Vayamos junto con Jesús, caminemos con Él, y así el año nuevo será un año feliz y bueno.


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