San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

19 marzo 2007

El Papa pide a San José que el Pueblo de Dios, al celebrar el Misterio eucaristico, sea invadido por el amor de Cristo.


Vaticano, 18 de marzo de 2007

¡Queridos hermanos y hermanas!

Acabo de regresar de la Institución Penal para Menores de Casal del Marmo, en Roma, donde me he acercado de visita en este cuarto domingo de Cuaresma, llamado en latín Domingo «Laetare», esto es, «Alégrate», de la primera palabra de la antífona de entrada en la liturgia de la Misa. Hoy la liturgia nos invita a alegrarnos porque se acerca la Pascua, el día de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. ¿Pero dónde se encuentra la fuente de la alegría cristiana más que en la Eucaristía, que Cristo nos dejó como Alimento espiritual, mientras somos peregrinos en esta tierra? La Eucaristía alimenta en los creyentes de toda época esa alegría profunda, que hace un todo con el amor y con la paz, y que tiene origen en la comunión con Dios y con los hermanos.

El martes pasado fue presentada la Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, que tiene como tema precisamente la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. La he elaborado recogiendo los frutos de la XI Asamblea General del Sínodo de los Obispos, celebrada en el Vaticano en octubre de 2005. Cuento con volver sobre este importante texto, pero ahora deseo subrayar que éste es expresión de la fe de la Iglesia universal en el Misterio eucarístico, y se sitúa en continuidad con el Concilio Vaticano II y el magisterio de mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo II. En este Documento he querido, entre otros puntos, evidenciar su vínculo con la Encíclica Deus caritas est: he aquí por qué he elegido como título Sacramentum caritatis, retomando una bella definición de la Eucaristía de Santo Tomás de Aquino (Summa Th. III, q. 73, a. 3, ad 3), «Sacramento de la caridad». Sí, en la Eucaristía Cristo ha querido darnos su amor, que le impulsó a ofrecer en la cruz la vida por nosotros. En la última Cena, lavando los pies a sus discípulos, Jesús nos dejó el mandamiento del amor: «Como yo los he amado, así amense también ustedes los unos a los otros» (Juan 13, 34). Pero dado que esto es posible sólo permaneciendo unidos a Él, como sarmientos a la vid (Juan 15, 1-8), eligió quedarse Él mismo entre nosotros en la Eucaristía para que nosotros podamos permanecer en Él. Cuando, por lo tanto, nos alimentamos con fe de su Cuerpo y de su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos hace capaces a nuestra vez de dar la vida por los hermanos (1 Juan 3, 16). Y no depende la vida de nosotros mismos. De aquí brota la alegría cristiana, la alegría del amor.

«Mujer eucarística» por excelencia es María, obra maestra de la gracia divina: el amor de Dios la hizo inmaculada «en su presencia, en el amor» (cfr. Efesios 1, 4). Junto a María, como Custodio del Redentor, Dios puso a San José, de quien mañana celebraremos la solemnidad litúrgica. Invoco especialmente a este gran Santo, mi patrono, para que creyendo, celebrando y viviendo con fe el Misterio eucarístico, el Pueblo de Dios sea invadido del amor de Cristo y difunda sus frutos de alegría y paz a toda la humanidad.

Texto y fotografía tomadas de:


Nota Cenjosch: Hemos agregado algunas frases, dichas por el Papa, en la pronunciación en vivo del Ángelus.

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