San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

03 mayo 2007

Homilía del Arzobispo de Rosario en el dia de San José obrero


Fiesta de San José Obrero

Día del trabajo.

Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario en la parroquia San José Obrero (1 de mayo de 2007)

La fiesta de San José Obrero

Hoy 1º de mayo, celebramos el día de San José Obrero, fiestas patronales de esta Parroquia que lleva su nombre, y que la Iglesia asocia al día del trabajo. Tenemos presente en esta celebración a todos los trabajadores, en especial a quienes lo hacen en condiciones más difíciles.

Queremos agradecer a Dios Padre el trabajo que tenemos; y lo hacemos por intercesión de San José, a quien le pedimos su protección y amparo; a la vez sin olvidarnos de los desocupados y de quienes carecen de lo suficiente para la propia subsistencia y la de sus familia

La Palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ilumina, y debe animarnos a tener siempre una verdadera esperanza.

Jesús conoció desde chico la dignidad del trabajo. El Evangelio de este día lo muestra en medio de su pueblo, y todos tienen presente que es “el hijo del carpintero” (Mateo 13, 54 -58), de José que, como padre, siempre protegió y cuidó al niño, verdadero Hijo de Dios. Jesús conoció desde pequeño que el trabajo en la carpintería de su casa era el sustento de su humilde familia, y a la vez era el motivo de su grandeza y dignidad.

La Liturgia de las Horas, recuerda poéticamente en uno de sus Himnos su condición de trabajador diciendo de él: “Un taller de carpintero y un gran misterio de fe; manos callosas de obrero, justas manos de hombre entero: es la casa de José” (Laudes, Sagrada familia, t.I.).

La dignidad del trabajo

El trabajo tiene un gran valor en si mismo porque pertenece a la vocación misma de toda persona: el hombre se expresa y se realiza mediante su actividad laboral. Podemos decir que el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo.

Por esto, la dimensión última del trabajo no es la productiva, o la utilidad en sí misma; sino que el trabajo es un medio para sustentar la grandeza de la persona, y éste debe contribuir siempre a su perfeccionamiento y felicidad.

Al mismo tiempo el trabajo tiene una dimensión social, por su íntima relación con la familia, y con el bien común, que “está siempre sobre los bienes particulares y sectoriales. Dicho bien común se afianza cuando la autoridad sanciona leyes justas y vela por su acatamiento” (CEA, 93º AP, IV. 2007, 7,c).

También el trabajo es un camino de realización, de dignificación y de justicia: que engendra seguridad y solidez para construir una vida más digna, justa y fraterna, y debe permitirnos alcanzar “una mayor equidad, que permita a todos la participación en los bienes espirituales, culturales y materiales” (CEA, 93º AP, IV. 2007, 7,d).

Decimos los bienes espirituales, porque el trabajador no puede perder de vista el horizonte que Dios puso en su corazón, y mirar siempre a los bienes trascendentes del espíritu. Para los cristianos, particularmente sabemos que el conocimiento de la Palabra de Dios nos enriquece y la Eucaristía nos alimenta, particularmente el domingo, que es día del Señor.

También los bienes culturales, deben estar al alcance de todo hombre y de toda mujer que trabajan, y que enriquecen su calidad de vida, sea cual fuere el trabajo desempeñado. Las condiciones del que trabaja, no deben ser un obstáculo para que el trabajador pueda vivir dignamente, contar con lo necesario para este fin, apreciar el arte, la música, valorar la belleza, y tantos otros aspectos de la cultura que dignifican la vida humana.

Agradezcamos a Dios por las nuevas fuentes de trabajo y por todo lo que se haga en nuestra patria por un trabajo más digno para todos.

Recordemos las palabras de la carta de San Pablo que leímos hoy: “Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón…” (3, 23). Si hay trabajo habrá siempre esperanzas.

Trabajo y equidad

Por esto pedimos que todos los trabajadores puedan gozar de una remuneración salarial justa, que además de cubrir las necesidades de cada familia, les permita superar el costo de la canasta familiar y asegurar el acceso a la educación, a la salud, a la recreación, al descanso y al tiempo libre.

De este modo, el trabajo y las nuevas fuentes de trabajo, verdadero estímulo para la convivencia y el desarrollo político social. En cambio, sin fuentes de trabajo, con tasas altas de desempleo, sin un trabajo digno, habrá degradación y humillación; peligrará la vida en democracia, y podemos temer también la inseguridad y la violencia.

Por ello, ante las dificultades y conflictos, crezcamos siempre en un verdadero diálogo, que implique conocer las motivaciones y las necesidades de todos; el llamado sincero a compartir; y el deseo de una verdadera equidad en la justa distribución de la riqueza.

Como nos exhorta el Papa Benedicto XVI: “En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la Doctrina Social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones – ante el avance del progreso – se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y por el mundo” ( Dios es amor, nº 27).

Pidamos especialmente hoy por todos los trabajadores; y por quienes sufren la falta de trabajo. Que nunca nos habituemos a justificar esta dura realidad, que todavía muchos hogares y personas padecen.

Hermanos , debemos sobre todo rogar a San José Obrero que lo que hemos reflexionado, a la luz de la Palabra de Dios y de la Doctrina Social de la Iglesia, sea una realidad alcanzable y posible, y contemos siempre en nuestra Patria, en la Provincia y en nuestras familias con el don del trabajo. Que haya cada día pan en las mesas, como pedimos en el Padre Nuestro, y alcancemos el bien, la equidad y la dignidad.

Confiemos a Nuestra Madre del Rosario las palabras de la antífona que meditámos en el salmo de hoy: “El Señor haga prosperar la obra de nuestras manos” (ant. salmo resp. 89).

Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario

Tomado de:

http://www.aica.org/index2.php?pag=mollaghan070501

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