San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

27 agosto 2007

Sabiduría del Hijo de José


En la escuela de la sabiduría

René Laurentin, famoso mariólogo describe de la siguiente manera el hallazgo de Jesús perdido (Lucas 2, 45): A continuación, reemprenden la búsqueda sin saber ya dónde buscar. Entran en un lugar donde se celebran una asamblea matinal de escribas, en las dependencias del Templo. Entre ellos se perfilan una silueta de de niños. Es Jesús, esbelto y de pie, asombrosamente límpido con su mirada clara, en medo del grupo docto y barbudo.

Sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles; todos que lo oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas (Lucas 2, 47)

Ellos están más estupefactos aún. Por respeto hacia los doctores y posiblemente también hacia Jesús, tan a gusto en este aerópago, donde a pesar de su infancia parece ser escuchado con interés, impresionado por la seriedad de la Asamblea, esperan saboreando su alegría y su acción de gracias.

Helo aquí, por fin, liberado por los doctos. María plantea la cuestión que la atormenta desde hace tres días:

Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? Mira tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando (Lucas 2, 48)… A la legítima pregunta de su madre, responde Jesús con calma, con otra pregunta desorientadora: ¿Por qué me buscabais? (Lucas 2, 49).

¿Por qué buscan al viviente entre los muertos? Dirá de modo semejante el ángel a las mujeres que fueron la mañana de Pascua a visitar la tumba vacía…, el tercer día después de su muerte. La respuesta del Niño termina de una manera más desconcertante aún. Añade:

… ¿No sabías que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio (Lucas 2, 50).

La cosa se comprende:

1.- María le hablaba de su padre terrestre, José, y sin previo aviso, Jesús respondía hablando de su Padre del cielo, en cuanto “Hijo de Dios” (Lucas 1, 32-35). Recordaba lo que la modestia de su vida cotidiana hacía olvidar.

2.- Parece atrincherarse detrás de la obligación misteriosa de quedarse allí, en Jerusalén: Debo estar en la casa de mi Padre.

¿Se iba a quedar, pues allí, en su templo, como en otros tiempos el joven Samuel? Pero vuelve tranquilamente al pueblo. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos (Lucas 2, 51). (Vida auténtica de Jesucristo. Vol. I Relato. Desclée De Brouwer. Bilbao. 1998, pág 67-68).

“Educando a Papá”

Es el título de una tira cómica. Pero lo verdadero cómico es que no queremos entender que muchas veces también los padres de familia bien pueden aprender de los hijos. Muchas veces hemos meditado y admirado la enseñanza que José le imparte al Hijo de Dios, Jesucristo. Repitiendo como broche de oro aquella frase que reza: ¿No sabemos qué admirar más: si la grandeza de san José al enseñar, educar y conducir a la misma Sabiduría que es Cristo, o la humildad del Hijo de Dios, que siendo Dios como su Padre se deja educar, enseñar y conducir por un humilde artesano? A este respecto escribe el Padre José María Vilaseca:

El Hijo de Dios, haciéndose hombre, quiso hacerse niño, y se sujetó a todas las necesidades; vióse sujeto a nuestra miseria, pasó por todas las fases de la niñez, hasta querer ser envuelto entre pañales y reclinado en un pesebre. ¡Oh cuán extraordinaria es la honra que recibió en todo esto el Señor San José! Jesús en su nacimiento se entregó a él, y en la práctica le dijo: Tú serás mi sustento, mi maestro y mi guía: vedme aquí, ¡Oh tierno padre mío!, yo abandono mi suerte a vos y si tengo frío, me calentaréis; si padezco el hambre, me daréis de comer; si la sed me abraza, me daréis de beber”.

“Así glorificó Jesús a José. Así dio claro testimonio de su inmensa autoridad. Así fue obedecido del Todopoderoso. Así el Verbo Divino solicitaba su socorro. ¿Qué más admiraremos, la grandeza de José o el abatimiento de Jesús?” (¿Quién es José?, página 125-126).

Admiramos en los educadores —y los padres de familia lo son en primer lugar de sus hijos— el espíritu de apertura que los libra de la ceguera de creerse los dueños, los únicos poseedores de la verdad, el espíritu de sorpresa ante la vida que los hace decir: “nadie es tan sabio que no pueda aprender cada día; nadie es tan ignorante que no tenga algo que enseñar a los demás”. En el seno de la familia los padres enseñan a sus hijos a la vez que aprenden de ellos.

El Padre Vilaseca atribuye el silencio de José a las enseñanzas que recibía a diario de quien es la misma sabiduría eterna:

“José aprendía sin cesar las lecciones que nos daba Jesús en su vida oculta; pues con unas acciones que eran insignificantes y oscuras, en cada momento era delante de Dios más santo y perfecto: veía que Jesús le estaba sujeto, y él se tornaba más silencioso, más obediente y más amante de la abnegación. ¡Qué sentimientos los de José cuando veía a Jesús, que siendo el Mesías prometido y el esperado por todas las naciones, sin embargo pasaba ocultamente su vida, se confundía entre los del pueblo y se manifestaba como un artesano” (¿Quién es José?, pág. 228).

En la vida —principalmente al inicio de ella— dos son las personas que nos educan y enseñan: nuestros padres y el maestro (a). A ellos nuestro agradecimiento y reconocimiento sincero. Y con todo, si en verdad llegamos a la madurez humana tendremos que reconocer que siempre estamos aprendiendo y enseñando a la vez…

P. Eusebio Ramos Ramón, mj.

Tomado de la revista Mexicana: El Propagador de la devoción al señor San José, Año CXXXVI, N° 7, julio-agosto 2007, pp. 2-4.

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