San José

Diario digital del Centro Josefino de Chile

28 septiembre 2007

Docilidad y fortaleza en San José


Gestos de docilidad y fortaleza en San José

“José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa…” Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su esposa” (Mateo 1, 20-24).

Así comienza el primer evangelio —con San José recibiendo a la Virgen con el niño—; así termina, también, el último evangelio —con Jesús en la cruz encomendando a Juan que reciba a la Madre en su casa—.

San José tiene la misión: de tomar consigo, recibir, a la Virgen y al Niño. En griego “lambano”, tiene ese doble matiz: activo —tomar consigo, hacerse cargo—, y pasivo —recibir—. Es la misma palabra que dice Jesús cuando sopla sobre los discípulos: “reciban al Espíritu Santo”. También se usa en la parábola de la semilla: “la tierra buena recibe la semilla”. Y en la afirmación del Señor: “El que recibe a uno de estos pequeños a mí me recibe”.

Recibir la Palabra, recibir el Espíritu , recibir a los pobres… es la actitud fundamental de la vida cristiana. En los Hechos de los Apóstoles se nos habla del modo cómo la Iglesia va ganando fieles: Bernabé toma consigo a Pablo, Pablo a Timoteo.

Pareciera que el Evangelio habla de un hecho trivial: José recibió a María . Pero esa palabra expresa mucho más de lo que aparece en ese sencillo gesto. Todo el Evangelio está en función de cómo recibimos los dones del Señor. Y José nos da ejemplo de cómo recibirlos bien. El modo en cómo nos introducimos en la fe siempre es a través de otro que nos “toma consigo”. El gesto de la imposición de las manos expresa.

Ésta es la gracia que estamos llamados a pedir al Señor: que su Espíritu nos tome consigo y que nosotros lo recibamos a Él. Es algo mutuo. El Espíritu quiere vivir en nuestro corazón y recibir todo aquello que le damos libre y alegremente. Nosotros muchas veces nos apoderamos de las cosas, del tiempo, de las personas… El Espíritu no. “Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Si lo recibimos entra y permanece, como en Emaús.

¿Por qué es fundamental ser dóciles al Espíritu?

Todos los cristianos hemos recibido los siete dones del Espíritu Santo: estamos llenos de sabiduría, entendimiento, fortaleza, ciencia, consejo, piedad, y temor de Dios. ¿Qué sucede entonces? ¿Por qué no experimentamos la plenitud que se nos asegura tenemos? Con los dones nos sucede como son esos sofisticados controles remotos de TV. Si uno sabe manejarlos no le sirven de nada. ¿Cómo se enciende esto?, preguntamos. Y en mano de uno que sabe, nos fascina cómo funciona: la TV responde maravillosamente a cada toque y todo se ajusta perfectamente: color, nitidez, sonido… Así sucede con los dones: todo en nosotros está bien dispuesto para que funcione. Pero hay que aceptar que el Esp´ritu tiene el control. Él es como ese tracking automático que armoniza todo al mismo tiempo. El que nos perfecciona como una sinfonía fina y da a nuestras acciones el color, el tono, la nitidez…, lo que más nos conviene, para el bien común.

Por eso hay que tener claro que uno no es dueño de los dones. Las virtudes humanas, los buenos hábitos —como los malos— nunca se olvidan. En cambio los dones, no sólo no los conseguimos con nuestro esfuerzo, sino que cada vez estamos llamados a pedirlos. Por eso, con los dones, más que pedir uno u otro, lo importante es la docilidad al Espíritu —ya que Él mismo es el Don— que activa en cada momento en nosotros el don que más nos conviene.

Qué difícil es soltar el control

La actitud de fondo ante el Padre es la de ser hijo, la piedad; ante Jesús, la actitud de fondo, es ser compañero: el Señor es el que acompaña, el que parte el pan… Y ante el Espíritu, que es maestro interior, la actitud de fondo es la docilidad.

Hay muchas maneras de ser indócil: romper el clima que crea el Maestro, ser caprichoso en lo que uno quiere aprender, o discutir la pedagogía y el modo de enseñar… Ser dóciles es seguir el paso del Maestro, todas sus indicaciones, el modo y los contenidos que nos da…

San José vivió esta actitud de fondo. Escuchó lo que el Espíritu le decía y lo hizo toda su vida. Tomó a María y al Niño y no los soltó más. Lograr esa actitud les costó a los apóstoles toda la vida. Ser discípulos dóciles cuesta. A nosotros también nos lleva toda la vida. Si fuera dóciles como José ya estaríamos en la santidad. Nosotros somos dóciles en algunos momentos de la vida. Y con ese poquito Dios obra maravillas. ¡Qué sería si uno fuera enteramente dócil como San José! Es algo tan sencillo y, sin embargo, dificilísimo. ¿Quién suelta el control remoto cuando está viendo algo que le interesa?

Poner la fortaleza en ser dóciles

San José es imagen de la fortaleza cuando huye a Egipto con María y con Jesús y cuando vuelven. En ambos momentos obedece con prontitud y perseverancia, siempre teniendo firmemente agarrados al Niño y a su Madre. “Toma al Niño y a su Madre y huye…” “Toma al Niño y a su Madre y marcha a la tierra de Israel” (Mateo 2, 13-20)… Huir de noche y ponerse en marcha son actitudes de fortaleza. Si uno no es fuerte termina siendo indócil. Fuertes para mantenerse en familia —la fortaleza es no soltar al Niño y a su Madre—.

Todos hemos recibido el don de la fortaleza. Pero el Espíritu no nos lo da para que aguantemos lo que se nos ocurre sino para ser fieles a lo que se nos pide; en el caso de José fue para acompañar al Niño y a María. A veces apretamos el botón y apuntamos para el lado equivocado. ¡Por qué no tengo fuerzas para llevar esta cruz?, nos preguntamos. Y resulta que no era una cruz para cargar sino que había que huir de ella. Es que la fortaleza no siempre está puesta en “soportar” o en “luchar”…, a veces puede tomar la forma de la huida. Así como no siempre la fortaleza es para hablar o denunciar, a veces la necesitamos para callar o esperar.

Huidas heroicas

El secreto de la fortaleza tanto de la huida como del enfrentar es “no soltar al Niño y a su Madre”. Cuando uno se escapa dejando a Jesús luego no vuelve bien . La huida heroica es con Jesús, para fortalecerme en la intimidad con Él y rearmarme. En nuestro corazón siempre tiene que haber un Egipto adonde huir. Ese lugar donde está el rescoldo encendido de la gracia en el que me rearmo. Allí me dejo cuidad y reconstruir.

Nosotros en cambio nos refugiamos en lugares donde no está Jesús. Eso no es huida heroica sino cobardía. Y cuando vuelvo el problema está igual. Cuando huyo con el Niño, él va creciendo. Y al regresar, ya está crecido y me cuida a mí.

El don de fortaleza nos ayuda a dar testimonio del Señor en las situaciones difíciles. Atempera la tentación de las fugas malas, tanto das del que escapa antes de enfrentar un problema como las de los que se meten indiscretamente en algo que los supera y terminan desgastados. Este don nos recuerda que “el Señor nos permitirá que semaos tentados más allá de nuestras fuerzas”.

No está excluida la debilidad

Este don de la fortaleza no excluye la debilidad humana. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12, 10), dicen san Pablo. Jesús fue y se mostró humanamente débil en la pasión. Les dolieron las ofensas y las heridas. Su fortaleza consistió en mantenerse en las manso del Padre, en mantenerse en la caridad.

El don de la fortaleza nos hace sentir “que habrá problemas” y que “el Señor se las arreglará para que todo vaya bien según su voluntad”, no va a permitir que el mal prevalezca. Es su promesa a la Iglesia.

Fortaleza… sólo para tener gestos de amor

¿Para qué cosas nos fortalece el Espíritu? Sólo para amar. Para creer con esa fe “que opera por la caridad” y para esperar con esa esperanza “que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Romanos 5, 5). La fortaleza es para el amor. No siempre para tener razón o éxito, para que no me ponga nervioso o para que alguien me caiga simpático… Pero sí me da fuerza para transformar las penas y las alegrías en amor.

Tomado de: Ángel Rossi, sj / Diego Fares sj. Pequeños gestos con gran amor. Reflexiones para el tercer milenio. Sudamericana. Buenos Aires. 2ª Edición. 1999. pp. 110-119.

Apareció en: El Propagador de la devoción al señor San José, Año CXXXVI, N. 8, septiembre de 2007, pp. 2-5.

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